“Edificaré
mi iglesia”
Paul Rogers
Herodes edificaba
baños, torres, y hermosos edificios. Pero Jesús decía: “edificaré mi iglesia”
(Mateo 16.18).
He visto por todo
Palestina las estructuras que Herodes construyó. La mayoría de ellas están
hechas un desastre, dan pena; están en ruinas y en proceso de deterioro. Un
pedazo de muro se puede ver en un lugar, y fragmentos de edificios, en otro.
Los edificios que Herodes construyó han sido destruidos, principalmente, por el
viento, el agua, la intemperie y las guerras. Pero Jesús edificó la iglesia, y
ésta todavía vive.
Jesús dijo:
“edificaré mi iglesia”. Esta iglesia es la única cosa en la que puedo pensar, a
la cual Jesús podría mirar y decir con algún sentido real: “Mi”. No podría
decir “Mi esposa”. No podría decir “Mis hijos”. Jamás supo lo que era tener un
bebé para tenerlo en los brazos y decir: “Mi hijo”. Ni siquiera podía decir:
“Mi casa”. Las zorras tenían guaridas y los pájaros nidos, pero el Hijo del
Hombre no tenía un hogar propio y en el cual pudiera recostar su cabeza. Pero
podía decir: “Mi iglesia”.
Si es su iglesia,
ella debe llevar su nombre, y el Nuevo Testamento retrata a la iglesia,
llevando su nombre: “Os saludan todas las iglesias de Cristo” (Romanos 16.16).
Debemos llamarnos cristianos, pues “a los discípulos se les llamó cristianos
por primera vez en Antioquía” (Hechos 11.26). ¿Qué hay más razonable que la
iglesia, a la cual Jesús llamó “su iglesia” sea llamada con su nombre?
La siguiente
palabra de Jesús, dentro de la declaración que estamos estudiando, la palabra
“iglesia”, es igualmente tan maravillosa como las que le preceden. “Edificaré
mi iglesia”. La palabra del griego de la cual se traduce “iglesia” (ekklesia),
significaba simplemente “pueblo llamado a salir”. Los griegos usaban esta
palabra para referirse a una reunión política. Cuando la gente era llamada a
salir de sus hogares a venir a los foros para una reunión, ellos llamaban a
esto la ekklesia, los llamados a salir. Jesús dijo que eso es lo que la iglesia
sería.
La iglesia jamás ha
sido un lugar; siempre ha sido un pueblo. La iglesia jamás ha sido un corral;
siempre ha sido un rebaño. La iglesia jamás ha sido el lugar en el que usted
ora; siempre ha sido el pueblo que ora. “Edificaré mi iglesia”.
¿Ha notado usted
que Jesús usó la palabra
“iglesia” en forma
singular? En el Nuevo Testamento, a la iglesia siempre se le refiere como a
una: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia…”
(Efesios 5.25); “Él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia…” (Colosenses
1.18); “Un cuerpo…” (Efesios 4.4); “… la iglesia, la cual es su cuerpo,…”
(Efesios 1.22–23; énfasis nuestro).
La palabra
“iglesia” aparece 113 veces en la Biblia. Noventa y nueve de esas veces es referida
simplemente como “la iglesia”. Esa es la abrumadora manera como a la iglesia se
le refería en el mundo. “Edificaré mi iglesia”.
Esto fue lo que
Jesús dijo: “Y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mateo
16.18). En el mundo antiguo, las puertas eran el lugar donde se concentraba la
fortaleza. Las puertas las hacían de hierro y piedra sólida. Ciertas puertas
eran enormes cuñas de piedra. Los ejércitos acampaban junto a las puertas.
Jesús dijo que toda la fortaleza del Hades no podría prevalecer contra la
iglesia. La palabra “Hades” es una palabra del griego para referirse al mundo
de lo invisible. Equivale a la palabra hebrea Seol, y se ha llegado a referir
al mundo al cual vamos cuando morimos. Jesús dijo que ni siquiera el mundo de
lo invisible podrá prevalecer en contra de la iglesia. Son muchas las cosas que
nos pueden causar temor, pero yo diría que lo que más nos causa temor es lo
invisible, antes que lo visible. Lo que hace que la muerte nos cause tanto
temor es que jamás la hemos visto como realmente es. Pero Jesús dijo que la
fortaleza combinada del Hades no será capaz de vencer a la iglesia. Él murió un
viernes por la tarde, y parecía como si el Hades había prevalecido. Jesús mismo
estuvo tres días en el mundo del Hades, pero él salió de allí un domingo por la
mañana. “Edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra
ella”.
La iglesia fue
construida sobre un fundamento firme. La iglesia fue comprada con un altísimo
precio, la sangre de Cristo. La iglesia está destinada para estar en una mejor
tierra, el cielo. Considere tres verdades acerca de la iglesia: su gloria, su
meta, y su ganancia.
En primer lugar
considere la gloria de la iglesia del Señor. Esto es lo que se declara en
Efesios 3: “… a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las
edades, por los siglos de los siglos” (Efesios 3.21). La gloria de la iglesia
se ve en el hecho que la única cosa que va a permanecer es la iglesia. Cuando
todo lo que usted puede ver haya pasado —todos los puentes, los monumentos, los
edificios, las estructuras— la iglesia todavía existirá.
La gloria de la
iglesia se ve en el hecho que ella es la única cosa que Jesús dejó tras él
cuando murió. He leído acerca de una iglesia en Wittemburg, Alemania, la cual
alegaba que tenía las siguientes cosas de Jesús guardadas en un escondite: un
pedazo de los lienzos en los que Jesús fue envuelto, trece pedazos de su cuna,
un pedazo de paja sobre el cual recostó su cabeza, uno de los regalos de oro
que le trajeron los magos, un mechón de la barba de Jesús, uno de los clavos
que le horadaron sus manos, y un pedazo del pan que se comió en la última cena
de Jesús. Todo esto es insensato y totalmente improbable. La única cosa de la
cual podemos estar seguros, que Jesús dejó cuando salió de este mundo, es la
iglesia. La única cosa por la cual él va a regresar es la iglesia.
La gloria de la
iglesia se puede ver en lo que se ha logrado a través de los años. ¿Por qué
será que en el mundo occidental tenemos estas libertades, las cuales atesoramos
tanto? Es en gran parte el resultado de la influencia de la iglesia. ¿Cómo fue
que llegamos a tener todas estas instituciones de beneficencia? Las primeras
personas en la historia del mundo, que alguna vez construyeron un edificio para
ayudar a los enfermos, fueron las que iban a las iglesias, personas con
mentalidad de iglesia. ¿Cómo fue que llegamos a tener todas estas instituciones
educacionales? Fue debido a la iglesia. Casi todas las primeras escuelas que
hubo en los Estados Unidos fueron construidas por iglesias: Harvard, Darmouth,
Yale. Todas las grandes escuelas de los Estados Unidos comenzaron por causa de
la iglesia. Considere la gloria.
Ahora considere la
meta de la iglesia del Señor. La meta se expresa en Efesios 1.10: “… de reunir
todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los
tiempos,…”. Esto es lo que leemos en Efesios 4.4: “… un cuerpo”. Ese cuerpo es
la iglesia. La gran meta de la iglesia es que todas las personas se unan en
Cristo. Éste oró en Juan 17.21, “para que todos sean uno,… para que el mundo
crea…”. Lo trágico es que el mundo no cree y nosotros no hemos sido “uno”. En
los Estados Unidos existen no menos de 240 denominaciones. Todas predican
diferentes doctrinas y van en diferentes direcciones. Un músico inglés produjo
un álbum, por medio de sintonizar doce estaciones de radio al mismo tiempo, con
diferentes volúmenes, y por medio de tocar la música de todas las doce
estaciones, al mismo tiempo. Cualquiera que sea el producto que obtuvo, ese fue
el álbum. Eso es lo que estamos produciendo en el mundo religioso, hoy día, con
tantas voces en conflicto y tantas doctrinas opuestas, y el mundo simplemente
aparta su oído. La meta de la iglesia es que todos los hombres puedan ser
unidos en Cristo.
Finalmente,
considere la ganancia de la iglesia. En 1 Corintios 15.24 dice: “Luego el fin,
cuando [Cristo] entregue el reino al Dios y Padre…”. ¿Cuál habrá de ser la gran
ganancia de la iglesia? Que será entregada a Dios. En Efesios 5, Paul dijo que
será presentada como una iglesia gloriosa. La esposa de Cristo será llevada a
casa, a la casa del Padre, y ella es la iglesia. El mundo entero va a ser
quemado. No conozco de ninguna tragedia natural que hayamos tenido en décadas,
la cual se pueda comparar con lo que sucedió en el Parque Nacional Yellowstone,
en el verano de 1989. El Parque Nacional Yellowstone no será el mismo, mientras
dure el resto de nuestras vidas, o las vidas de nuestros hijos. Fueron dos
terceras partes del área forestal del parque las que se quemaron. Por lo menos
1.5 millones de acres de la más hermosa tierra del mundo que fueron consumidos
por el fuego. Se podía ver el humo desde Chicago hasta Los Ángeles, cuando el
fuego estaba ardiendo. Esto nos recuerda de lo triste que es cuando el mundo
arde y a qué se asemejará cuando, como Pedro lo dijo, el día del Señor venga y
la tierra y las obras que en ella hay sean quemadas. Todo este mundo estará
ardiendo, pero la iglesia será levantada. La Biblia dice que estaremos por siempre con el
Señor.
CONCLUSIÓN
¡Cuán gloriosa es
la idea de estar en la iglesia que Jesús edificó! El llamado que Alexander y
Tomás Campbell hicieron en los años 1800 no es diferente al llamado que
nosotros hacemos: que volvamos a la iglesia primitiva, apostólica. Debemos
restaurar la adoración de la iglesia el primer siglo a la realidad más cercana
posible; debemos tener congregaciones organizadas de la misma forma como se
organizaron las mismas cuando estaban bajo los apóstoles, y debemos ser cristianos
y cristianos solamente.
Cuando Alexander
Campbell vino a los Estados Unidos siendo un joven de veintiún años, él vino de
Filadelfia, atravesando el campo hasta Washington, Pennsylvania. Sólo había
estado allí unos pocos días, cuando conoció a una hermosa chica llamada Hannah
Atcheson. Hannah también procedía de Irlanda. Ella chispeaba y era aguda. El
biógrafo dijo que ella era pelirroja, de ojos chispeantes, y mejillas rosadas.
El joven Alexander, el cual quería ser un predicador, se sintió atraído a aquella
chica. El biógrafo contó cómo los dos fueron a una actividad de desgranar maíz
y todos los vecinos estaban allí. Ellos desgranaron el maíz, y luego se
entretuvieron con algunos juegos y comidas. Era una noche de canto y de
alegría. Alexander Campbell se sentó al lado de la joven Hannah Atcheson.
Conforme la relación creció, Hannah quiso que él fuera abogado. Ella era
religiosa, pero no mucho. Era ambiciosa, y le dijo a Alexander: “Tú debes ser
un hombre de estado, un abogado. Hasta podrías ser presidente de los Estados
Unidos”. La gente vaticinó grandes cosas para él. Ella y su familia habían
hecho arreglos para que un abogado de Pittsburgh, hablara con Alexander
Campbell, acerca de tomar una escuela y pagarle bien, y dejarle estudiar para
que fuera abogado.
Pero el momento
inevitable llegó cuando el joven Alexander llevó a Hannah a casa en el coche
una noche, y ellos hablaron un poco acerca de su futuro. Esto fue lo que él le
dijo a ella: “Simplemente no puedo hacer otra cosa más que la que me he propuesto.
Quiero ser predicador. Y quiero pasarme mi vida pidiéndole a la gente que
simplemente egresemos a la
Biblia ”. Es probable que no hubiera cincuenta personas en los
Estados Unidos, en aquel momento, que les interesara aquello. Hannah, aquella
pelirroja irlandesa, algo frustrada por haber declinado Alexander toda
esperanza de ser lo que ella creía que era un gran hombre, y por haber
rechazado éste, la posibilidad de ir a ittsburgh y de ser entrenado en leyes,
dijo: “Alejandro, eres un necio”. Y luego añadió: “Un necio de Dios”.Si hemos
de ser necios, seamos tal clase de necios, un necio de Dios. Si las cosas que
decimos suenan necias, entonces recordemos que Dios escogió lo necio de este
mundo para confundir a lo sabio (1 Corintios 1.20–31).
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