martes, 9 de marzo de 2010

06-Período de esclavitud, desde el 1706 al 1491 a.C.

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Período de esclavitud, desde el 1706 al 1491 a.C.
Desde la migración a Egipto hasta el Éxodo
Éxodo 1—14


I. EGIPTO DURANTE EL PERÍODO DE
ESCLAVITUD DE LOS HEBREOS
La historia del antiguo Egipto, algunas veces es dividida en tres períodos:

1. El antiguo imperio. Desde la antigüedad desconocida hasta el 2100 a.C.
2. El imperio medio o de los hicsos. Desde el 2100 hasta el 1650 a.C.
3. El nuevo imperio. Desde el 1650 hasta el 525 a.C. Desde la expulsión de los hicsos hasta la absorción de Egipto por parte del imperio Persa.

En el primer período, Menes consolidó las tribus del bajo Egipto, y fundó la más antigua capital, Menfis, y la primera de las treinta y una dinastías que gobernaron sobre Egipto. Siglos más tarde, la cuarta dinastía construyó las grandes pirámides. Todavía más adelante, en este período, la duodécima dinastía trasladó el asiento del poder, a Tebas en el Egipto superior, donde inauguraron la era más espléndida del primer período.


Los hicsos o reyes pastores del imperio medio eran semitas intrusos provenientes de Asia. Fueron bárbaros y toscos al comienzo, pero eran organizadores capaces; bajo el gobierno de ellos, la civilización egipcia sufrió un eclipse. El nuevo imperio fue establecido por Amosis, el cual expulsó a los hicsos y fundó la famosa décimooctava dinastía, la cual incluyó a Thotmes III, el Alejandro de los Egipcios. Éste, con la décimonovena dinastía, constituyó la época más espléndida de la historia egipcia. Es probable que la migración hebrea, proveniente de Caldea, ocurriera en la primera parte, y su migración a Egipto, en la última parte del período medio. Esto explicaría la consideración con la cual los faraones trataron a Abraham, a José y a Jacob. Como semitas que eran, no compartirían el odio que los egipcios sentían hacia los extranjeros.

II. LA OPRESIÓN
Génesis cierra con una nota alta, de los hebreos teniendo el buen favor de los egipcios. Éxodo abre cuando se han convertido en una raza de esclavos. La tierra de Egipto se ha convertido en “la casa de esclavitud”. Hasta esta fecha, según la historia sagrada lo consigna, los que han pasado son siglos de silencio.1 Las dinastías pueden surgir y caer, guerras distantes pueden ser peleadas, espléndidos templos cuyas ruinas todavía asombran al mundo, pueden ser construidos; pero la simple gloria del mundo no tiene lugar en el registro divino. No es sino hasta el momento en el cual, un nuevo avance en la evolución de la redención prometida se da, que la historia es reanudada.

Por fin, “se levantó sobre Egipto un nuevo rey que no conocía a José” (Éxodo 1.8). Los más grandes beneficios son pronto olvidados. En menos de catorce años de Salamis, Temístocles desvaneció; en menos de diecisiete años de Waterloo, el duque de Wellington fue atacado por una turba de Londres. No podemos más que asombrarnos, de que tuvieron que pasar siglos, para que se borrara el sentimiento por el gran servicio que había dado el hebreo José. Es probable que el “nuevo rey” apunte hacia la revolución que sacó a los hicsos semitas de Egipto, y que restauró a los gobernantes nativos. Se supone que los faraones de la esclavitud y del Éxodo fueron Seti I, Ramsés II, y Menephthah, que fueron todos reyes de la décimonovena dinastía. Seti se alarmó por el rápido aumento de la población de los hebreos, y se acordó de la invasión y prolongada usurpación por parte de los hicsos; por ello resolvió romper el espíritu de los hebreos. Los redujo a trabajos forzados en los patios para hacer ladrillos; sin embargo se multiplicaban. Por fin, ordenó que todo hijo varón fuera echado al Nilo. Luego vino el libertador.

III. NACIMIENTO Y MISIÓN DE MOISÉS
En todos sus aspectos, ya sea como patriota, poeta, libertador, dador de la ley, historiador, u hombre, Moisés es el carácter humano más grande de la historia. Los faraones de las dinastías décimooctava y décimonovena dejaron sus poderosas obrasgrabadas en granito. Sin embargo, los nombres de ellos son sombras como las fotografías de sus momias, recientemente resucitadas. Moisés escribió su registro de unaraza y de una religión. Su nombre es más grande, después del lapso de treinta y tres siglos, que en la noche cuando le arrancó a Faraón su consentimiento para dejar salir al pueblo de Dios. Su vida se divide naturalmente en tres grandes partes: los cuarenta años en Egipto; los cuarenta años de exilio en Madián; los cuarenta años como libertador, líder y organizador de Israel. Su historia durante los últimos cuarenta años es la historia de su pueblo, y coincide principalmente con el período que sigue.

1. Los cuarenta años en Egipto. a. Su nacimiento y educación.— Moisés nació de
padres piadosos, éstos eran Amram y Jocabed, de la tribu de Leví. Los hijos mayores de éstos, María y Aarón, parecen haber nacido antes del edicto homicida de Seti. No así el tercer hijo de ellos. El nacimiento de éste fue mantenido en secreto para las autoridades, por tres meses. Cuando no fue posible mantenerlo en secreto por más tiempo, el hermoso niño fue puesto en el Nilo, dentro de una arquilla de juncos. La hija de Faraón lo descubre y lo adopta, dándole el nombre de Moisés. María, la cual había seguido el frágil artefacto y su preciosa carga, se ofrece para llamar a una nodriza, y trae a su propia madre. De manera que, en la providencia de Dios, el futuro amigo, emancipador y organizador de la nación, es criado en la más alta cultura intelectual que era posible en aquel tiempo en el mundo (Hechos 7.22); y, por su madre hebrea, en la más sublime fe espiritual que había en aquel tiempo en el mundo. b. La elección de Moisés.— Moisés llega a la edad adulta. El secreto de su origen hebreo es suyo. Cuando ve a un capataz egipcio golpear a un hebreo, él mata al egipcio, y esconde el cuerpo en la arena. Sin duda Moisés tenía sangre caliente, la cual podía latir con fuerza en sus venas ante la injusticia. Pero este acto no fue un impulso precipitado del momento. Según Hebreos 11.24– 26 y Hechos 7.23–25, dos cosas resultan claras: 1) Él había renunciado a toda la realeza que Egipto podía ofrecer, para hacer causa común con sus hermanos esclavizados; 2) él esperaba levantar a Israel para que ésta hiciera un esfuerzo por la libertad. Pero el tiempo todavía no era correcto, y tampoco su pueblo estaba listo. Las cadenas deben ponerse más pesadas, y Moisés mismo debe disciplinarse para su gran obra. Egipto fue una buena escuela para las artes y las ciencias; en el regazo de su madre, él había absorbido las lecciones primeras de religión; pero debe estar muy a solas con Dios, antes de estar preparado para su sublime misión. Estando en el desierto de Madián y en la soledad del Sinaí, con Dios como su maestro, él encuentra su “universidad”, y recibe su diploma.

2. Los cuarenta años en Madián. Moisés huye a Madián, al este del Mar Rojo.
Cuando se sentaba una noche junto a un pozo, vinieron a darles de beber a sus rebaños, las siete hijas de Jetro, sacerdote de Madián. Ciertos rudos pastores beduinos echaron los rebaños de ellas. El espíritu de Moisés, caballeroso, como lo fue con sus oprimidos hermanos, no lo iba a ser menos con las oprimidas doncellas. La oportuna ayuda de este fugitivo “egipcio” se convirtió en una favorable carta de presentación. Se casa con Séfora, hija de Jetro. Durante cuarenta años sigue la tranquila vocación de pastor en Madián. Allí se familiariza con el terreno tosco, a través del cual ha de llevar a su pueblo hacia la tierra prometida. Por fin, Dios se le aparece en una zarza ardiente. Se le revela como el “Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”,2 renueva el pacto que desempeñó tan vital parte durante todo el período patriarcal, y comisiona a
Moisés para que liberte a Israel. Moisés, quien había llegado a ser tímido y tardo para hablar, ahora, se siente disminuido ante la misión que lo ha de llevar a comparecer delante de las cortes y de los reyes. Pero, armado con señales sobrenaturales, las cuales eran sus credenciales de parte de Dios, y con una comisión para Aarón, el cual era su portavoz, Moisés regresa a Egipto.

IV. EL GRAN PULSO
Ahora sigue el más extraordinario pulso de la historia. Moisés se encuentra con Aarón cuando sale de Madián. Juntos comparecen ante los ancianos de su propio pueblo, dan a conocer su misión, y la confirman con las señales apropiadas. El oprimido pueblo acepta la misión de ellos, y se inclinan con reverencia ante el pacto de Dios con los padres de ellos. Moises y Aaron no tuvieron tanto éxito con Faraón. En el nombre de Jehová, ellos le piden que Israel pueda ir por tres días al desierto a hacerle sacrificios a Jehová. Hubiera sido bueno para Faraón, y para su pueblo, que hubiera concedido tan moderada petición. El primer efecto fue tan sólo remachar las cadenas y aumentar la carga. Al enfrentar el obstinado rechazo del Faraón, y los reclamos amargados de sus
hermanos cargados de trabajo, Moisés está a punto de acabársele su ingenio. Las diez plagas o “golpes” siguen, una tras otra; el agua convertida en sangre, las ranas, los piojos, las moscas, la lluvia, la muerte del ganado, las úlceras, el granizo, las langostas, las tinieblas y la muerte de los primogénitos.

1. Naturaleza del pulso. No fue simplemente una lucha entre una raza esclavizada y sus opresores, un pulso entre Moisés y el Faraón. Fue un conflicto entre Jehová y los dioses de Egipto. Casi toda plaga era una peste natural de Egipto; sin embargo el carácter milagroso de cada una de ellas se ve en varias circunstancias: su intensidad, su multiplicación en rápida sucesión; llegan y desaparecen a la palabra de Moisés; Israel está exento, excepto en el caso de las primeras tres; y finalmente, casi cada una de ellas es un golpe a alguna forma egipcia de adoración de ídolos.

2. La necesidad del pulso. Recuerde que en toda la tierra, era sólo una raza la que se aferraba a la unidad y espiritualidad de Dios; y éstos eran unos esclavos, en peligro de perder de una sola vez su fe y su identidad nacional. Los números, las riquezas, la cultura, el poder, en proporción de cien contra uno estaban todos en contra de ellos. Era necesaria una lección para nunca olvidar; y no fue olvidada. Los ídolos de Egipto se han desmoronado hasta el polvo o adornan los museos de antigüedades; el Dios de
Israel es adorado por el mundo civilizado. Las señales y maravillas ocurridas en Egipto llegaron a ocupar un importante lugar en la literatura hebrea. Llegaron a arraigarse tanto en la conciencia nacional que formaron una de las fuerzas más eficaces para sujetar a Israel a su fe ancestral en medio de las seducciones de un politeísmo envolvente.

3. El fin del pulso. El último golpe es dado. El ángel de la muerte toca a toda puerta de Egipto, desde la de los palacios hasta la de los tugurios, y los primogénitos caen muertos. Pero los humildes hogares de los hebreos están a salvo. Por obediencia a Dios, han instituido la Pascua. El cordero es sacrificado; la sangre de éste es rociada en los dinteles de las puertas, como una señal de la fe hebrea. El misterioso mensajero pasa por alto, sin causarle daño, a aquellos hogares, en los cuales el festín pascual es observado. Un gran clamor se levanta en Egipto. Los grilletes caen, e Israel es llevado a la libertad. Una última vez el corazón de Faraón es endurecido. Éste emprende la persecución; Israel está atrapado en un desfiladero de montañas, con el Mar Rojo en frente de ellos; el mar se divide; Israel lo atraviesa y es salvado; los Egipcios los persiguen, y son
ahogados en el mar.

V. EFECTO DE LA PERMANENCIA
EN EGIPTO
Aunque fue amarga, la esclavitud en Egipto logró importantes resultados.

1. Convirtió a Israel en una nación. Entraron a Egipto cuando eran un grupo de doce familias nómadas. Jacob y sus descendientes directos formaban un grupo de setenta personas. Incluidos los siervos, la tribu completa pudo haber sido de unas dos o tres mil personas. Si se hubieran quedado en Canaán, lo más probable es que se hubieran dividido en una docena de mezquinas tribus errantes. El residir en una tierra habitada densamente, bajo la pesada mano de la opresión, los compactó para formar una nación.

2. Los civilizó. Cuando salieron de Canaán eran nómadas. La medida de civilización que ya tenían, ya la hemos visto anteriormente. Pero no podían continuar siendo simples pastores en Egipto. Egipto es, y siempre debió haber sido, un país agrícola. Además, había sido, por mil años, el líder de la vida intelectual y de la civilización material del mundo. Los hebreos eran demasiado talentosos como para no sacar provecho de la larga permanencia en tal escuela. Moisés, especialmente, “fue enseñado… en toda lasabiduría de los egipcios” (Hechos 7.22); pero que tenía habilidosos lugartenientes, es evidente en el relato de la construcción del tabernáculo (Éxodo 25—40).

3. Los eventos de cierre los confirmaron en su fe nacional. Si hubiesen continuado permaneciendo en Egipto, podían haber perdido al final tanto su fe, como su identidad nacional. Pero Egipto se convirtió en el pizarrón sobre el cual Jehová obró las lecciones que Israel jamás olvidó. A pesar de las repetidas recaídas en la idolatría, con el tiempo fueron leales a la fe nacional. Y ahora han de regresar a Canaán a conquistar y a poseer la tierra en la cual, por doscientos años, Abraham, Isaac y Jacob habían permanecido como peregrinos. Pero no fue de inmediato. Unos pocos días de viaje los hubieran llevado a Canaán. Pero el trabajo de organización y cuarenta años de disciplina intervienen, antes de que estén preparados para poseer la tierra prometida.¦

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