martes, 9 de marzo de 2010

05-Período patriarcal, desde el 1921 al 1706 a.C.

0

Período patriarcal, desde el 1921 al 1706 a.C.
Desde el llamamiento de Abraham hasta la migración a Egipto
Génesis 11.27–50

Introducción: Misión de los Hebreos.
Hemos visto (Génesis 3.15) el primer vislumbre de promesa de un redentor, un rayo de esperanza para la raza humana. La esperanza casi muere en medio de la corrupción que precedió y causó el diluvio. Aún después del diluvio, el cielo se volvió a nublar. Los primeros asentamientos de la civilización y el imperio del Nilo y del Eufrates, llegaron a ser centros de degradantes idolatrías. En algún lugar, alguien, tiene que adoptar una posición firme a favor del único y verdadero Dios, o la raza se pierde más allá de toda esperanza. Ésta fue la sublime misión de los hebreos. Por el momento,
Dios pasa por alto las razas de Cam y Jafet. Pasa por alto la gran raza semita, excepto una singular familia de la rama de los caldeos de esa raza. Para mantener vivo el conocimiento de Dios, y para que al final, a través de la “simiente” prometida, volver a poner a todas las razas en comunión con Dios —tal fue el propósito divino. De allí que el interés se haya centrado en los eventos, y no en los hombres, siendo solo unos pocos de ellos, los que fueran tocados. El historiador sagrado ha dado grandes pasos que cubren siglos, ha pasado de un evento cumbre a otro. De aquí en adelante el interés se centra en los hombres; la principal corriente de la historia se estrecha en un sola raza, la de los hebreos; y crece continuamente más y más. La historia de este período sigue las vidas de los cuatro grandes patriarcas: Abraham, Isaac, Jacob y José, aquellos padres peregrinos de los hebreos.



I. LA VIDA DE ABRAHAM
(Génesis 11.27—25.10)
Abraham, “el padre de los fieles”, y fundador de la raza hebrea, es uno de los grandes caracteres de todos los tiempos. Su vida se divide naturalmente en dos partes: 1) El andar errante, 2) El asentamiento en Hebrón.
1. El andar errante. a. El hogar del comienzo.— Abraham era un nativo de Ur, del bajo Eufrates, el asentamiento de las más antiguas civilizaciones asiáticas. Ya fuera Camita o Turania al comienzo, ésta llegó a ser semita por conquista. Era claramente idólatra (cf.
Génesis 11.31; Josué 24.2).

b. El llamado y el pacto (Génesis 12.1–3).— Aquí, él oyó el llamado de Dios a salir del hogar natal, de su parentela, de su tierra natal, y a que fuera a buscar una tierra que todavía no conocía. Desde el punto de vista religioso, este llamamiento, y su resultado, fue el evento más importante desde la caída. Dios juntó a este llamamiento con su pacto. Éste abarcó cuatro promesas: 1) Una gran nación; la cual se cumplió en el pueblo hebreo o judío. 2) Un gran nombre. Mientras vivieron, los Nimrods, los Faraones y los Césares ocuparon un lugar más grande según la estima del mundo, pero ninguno de ellos ha dejado una marca tan amplia en la historia, ni ha dejado tan impresas sus personas y sus ideas en la raza. Son tres las grandes religiones que vuelven su mirada a Abraham, a quien miran como el padre de los fieles: la judía, la cristiana, y
la islámica. 3) Una tierra; la cual se cumplió cuando se tomó la tierra de Canaán por parte de los hebreos. 4) Una bendición para todas las naciones; la cual se cumplió dos mil años después en Cristo, y en la proclamación del evangelio en todo el mundo. En círculos que están continuamente ensanchándose, ésta todavía está en proceso de cumplimiento.
c. La migración.— Cada una de las distintas vidas nacionales se arraiga en una migración; pero pocas migraciones son tan singularmente religiosas, ni tienen una luz histórica tan clara, como la de los hebreos. A la edad de setenta y cinco años, el poder cortar lazos de parentela y de tierra, y el salir sin ningún conocimiento de hacia dónde ir, tuvo que haber requerido una fe heroica. “Por fe… obedeció… y salió sin saber a dónde iba” (Hebreos 11.8). Un hombre así estaba capacitado para fundar una raza duradera, y para darle cabida a una sublime verdad —la de la unidad de Dios. Con su padre, Taré, su sobrino huérfano, Lot, y su esposa, se mudó al Eufrates superior, a Harán.
Allí Taré murió, y Abraham, todavía obediente al llamamiento divino, sale de la cuenca del Eufrates hacia la tierra de Canaán. Se encuentra ahora en una tierra extraña, en medio de una raza extranjera. En Siquem, Dios se le aparece y le renueva el pacto. “A tu descendencia daré esta tierra”.1 Ésta, pues, es la tierra. La migración se cumple. Por algunos años, Abraham anda errante de un lugar a otro. Se queda en varios lugares: 1) Betel, 2) el sur, 3) Egipto, 4) nuevamente el sur, 5) Betel. Aquí Lot y Abraham se separan; Lot se establece en dirección a Sodoma, en el valle del Jordán, y acaba por asentarse en Sodoma. 6) Abraham se muda a Hebrón, en el sur. Éste llega a ser el centro de una vida de mayor estabilidad. Pero siempre vivió en tiendas. En cada lugar construyó su altar. La tienda y el altar son característicos de su vida en Canaán.

2. La vida durante el asentamiento en Hebrón. Los principales incidentes de este período son:
a. La invasión de los caldeos.— En aquellos tiempos gobernaba a Caldea una dinastía elamita. Esta ambiciosa línea llevó sus conquistas hacia el lejano oeste hasta adentrarse al valle del Jordán. Los mezquinos reyes del Jordán soportaron el yugo durante doce años y luego se rebelaron. Quedorlaomer, el gobernante elamita de caldea, aplasta la revuelta y se llevó al pueblo de Sodoma, incluyendo a Lot. Abraham, con trescientos dieciocho siervos entrenados, se fue tras los cautivos y los rescató. Fue a su regreso que se encontró y fue bendecido por Melquisedec, el misterioso rey-sacerdote a quien Abraham le pagó los diezmos.
b. El matrimonio con Agar.— Habían pasado varios años sin que naciera el hijo prometido. Abraham y Sarai estaban poniéndose viejos. Por sugerencia de Sarai, Abraham tomó a la sierva de ellos, Agar, como una esposa secundaria. Esta llegó a ser la madre de Ismael, y de los antepasados de los árabes.
c. Institución de la circuncisión.— Abraham tenía ahora noventa y nueve años de edad. Sarai era unos diez años más joven. La promesa del pacto no se había cumplido todavía: Pues la promesa era a través de Sarai, y ella no tenía un hijo. Una vez más Dios se le aparece y renueva el pacto, sellándolo con dos señales: 1) Sus nombres, los cuales eran originalmente Abram (gran padre), y Sarai (contenciosa), pasaron a ser Abraham (padre de multitudes), y Sara (princesa); 2) el rito de la circuncisión fue dado como una ordenanza perpetua para el pueblo del pacto.

d. La destrucción de Sodoma.— Las ciudades de la llanura del Jordán se habían hundido en las profundidades del libertinaje, lo cual hizo que la continuidad de su existencia se convirtiera en una amenaza para las naciones de los alrededores. Dios decretó la destrucción de ellas y le reveló el destino de las mismas a Abraham, cuya intercesión, aunque no pudo salvar a las ciudades, no se perdió totalmente. Lot fue arrebatado de la hoguera como quien saca un hierro candente de la misma, aunque la nostalgia y tardanza de su esposa, la arrastraron en la tempestad de fuego y azufre que arrolló a Sodoma. Lot escapó hacia Zoar, y a través de sus propias hijas llegó a ser el padre de Moab y de Amón, cuyos descendientes fueron por largo tiempo, rivales de los hebreos.
e. El nacimiento y ofrecimiento de Isaac. — Abraham tiene ahora cien años de edad, y Sara noventa. Después de veinticinco años de vagar y de esperar, la luz del cumplimiento trae la promesa a la realidad. Sara da a luz un hijo, el cual es llamado Isaac. Pero todavía, otra prueba más dolorosa les espera. La fe de Abraham había triunfado sobre el amor por su propia parentela y tierra. ¿Triunfará sobre el amor por su descendencia? El misterioso mensaje llega a sus oídos: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré”.2 Un mandamiento así golpearía nuestro sentido moral. Parecería un conflicto de deberes. No así para Abraham. El sacrificio humano era común; la época estaba llena de este tipo de sacrificio, y Abraham sin duda estaba familiarizado con el mismo. La lucha no estaba allí. La lucha era, más bien, entre el llamado de Dios por un lado, y el amor de Abraham por Isaac y su esperanza en la promesa del pacto por el otro. Él había adherido, como con ganchos de acero, su alma a esa promesa. Una vez más triunfó la fe (Hebreos 11.17–19). Aquí alcanzamos el clímax de la fe y de la experiencia de Abraham. Su hijo es salvado; pues Dios realmente no requería el sacrificio de éste. El patriarca vive para verlo casarse, con hijos que crecen alrededor de él. Abraham ve morir a Sara y la entierra en la cueva de Macpela en Hebrón, el único sitio que alguna vez poseyó en la tierra prometida. Allí también, él fue enterrado por Isaac e Ismael, después de un siglo de peregrinaje en Canaán. El mundo ha tenido pocos “Abrahames”. Ha tenido muchos “Lots”, que tratan de adueñarse de las ventajas del mundo a cambio de riesgos eternos. Lot y su raza pasaron como la niebla de la mañana; Abraham y su simiente han moldeado el destino del mundo para siempre.

II. VIDA Y CARÁCTER DE ISAAC
(Génesis 24.1—28.9)
1. Características de la vida de Isaac. La historia de la vida de Isaac se cuenta pronto.
Está entrelazada con la de su padre por un lado, y con la de su hijo Jacob por otro. La vida de Isaac traslapa setenta y cinco años de la vida de Abraham, y ciento veinte años de la vida de Jacob. Cada incidente importante de su vida pertenece más
apropiadamente a ellos. Como carácter histórico está bajo la sombra de ellos. Pasivo y amante de la paz, se rinde a su padre para ser ofrecido, está aparentemente bajo la influencia de su madre mientras ésta vive, y de su esposa después; y le cede un pozo tras otro a los filisteos, antes de pelear por los mismos. Su larga vida de ciento ochenta años fue vivida junto a, o cerca de, Hebrón, en el territorio del sur. No fueron suyos el granítico temple de Abraham ni la tempestuosa experiencia de Jacob. Sin embargo, como hijo de la promesa y heredero de la promesa del pacto que fue, el suyo es un lugar de honra entre los cuatro patriarcas del período. Anda en la sublime fe de Abraham, y Dios se le aparece una y otra vez para renovarle el pacto Abrahámico.

2. Su matrimonio y familia.
El hermano de Abraham, Nacor, había acompañado o tal vez seguido la migración de la familia saliendo de Ur, hasta situarse río arriba por el Eufrates, no más allá de Harán. Allí se había quedado. Temeroso de alguna alianza de la familia con los idólatras canaanitas, Abraham envió a su siervo de mayor confianza, a la familia de Nacor en Harán. De allí el siervo trajo a Rebeca, hija de Betuel, quien llegó a ser la esposa de Isaac y la madre de sus hijos gemelos, Esaú y Jacob.


III. LA HISTORIA DE JACOB
(Génesis 27.1—49.33)
Hay dos grandes capítulos en la vida de Jacob, los cuales corresponden a sus dos nombres, y a las dos distintas fases de su carácter. En el primero, él es Jacob (suplantador); en el segundo, llega a ser Israel (príncipe de Dios). La línea divisoria la marca Peniel, donde él luchó con el ángel y fue las dos cosas, vencido y vencedor. Ningún otro patriarca exhibe nada tan análogo a la conversión cristiana. Desde el comienzo hasta el final, los demás vivieron una vida de fe. Pero Israel, el príncipe, fue radicalmente diferente a Jacob el suplantador.

1. Jacob el suplantador (Génesis 27.1—32.32).
a. Su nombre.— Debido a un incidente durante su nacimiento, se le llamó Jacob: uno que toma por el talón, uno que hace tropezar a otro, suplantador. Aunque era el más joven, la línea escogida y el pacto habían de darse a través de Jacob; de allí que, a su nacimiento, se profetizara: “el mayor servirá al menor”.
b. La primogenitura arrancada.— Esaú era cazador, Jacob era “varón quieto” y dedicado a la agricultura. Esaú viene cansado de una persecución, listo para venderle su primogenitura a Jacob por una porción del potaje de Jacob, deshaciéndose así de la bendición del pacto, a cambio de una satisfacción momentánea. Tal carácter es poco calificado para fundar una nación permanente y una sublime religión espiritual. El “quieto” Jacob valora la primogenitura y la promesa del pacto, sin embargo, mezquinamente se las arranca a su hambriento hermano.
c. La bendición robada.— Llega el momento cuando el anciano Isaac ha de conferir la bendición patriarcal. Contrario al propósito divino expresado al nacimiento de los muchachos, él determina conferírsela a Esaú. Pero Rebeca no está dormida. Ella propone un fraude, y Jacob, fiel a su nombre, se presta a las maquinaciones de ella. La artimaña tiene éxito. El cegato Isaac y el ausente Esaú son engañados con astucia, y las manos del patriarca se posan con prístina bendición sobre la cabeza de Jacob.
d. La huida a Harán.— El primer efecto del pecado de Jacob fue que lo separó del padre al que había engañado, del hermano al que había defraudado, y de Rebeca, la tierna compañera de su culpa. Esaú busca terminar con su vida. Por sugerencia de Rebeca, Isaac envía a Jacob a buscarse una esposa entre su parentela en Harán. Es un viaje triste; —atrás, memorias de la niñez, sombras de su mezquindad, el espectro de la venganza por parte de Esaú; adelante, sólo Dios sabe. La noche sobreviene. Se acuesta a dormir bajo las estrellas. Los sueños de la noche toman forma de los pensamientos del día. No había totalmente abandonado a Dios; y tampoco estaba abandonado por Dios. En la visión de la escalera, Dios se le revela a sí mismo, como el Dios de Abraham, el Dios de
Isaac, el Dios del pacto, y le renueva, aun al pobre, falso Jacob, que huía, sus provisiones de gran alcance. Sobrecogido y humillado, Jacob se levanta por la mañana, construye un pilar con la piedra que le sirvió de almohada, le pone el nombre de Betel, casa de Dios, y jura, aunque con una actitud provisional que es propia de Jacob, que Jehová será su Dios.

e. La vida en Harán— En Harán se encuentra con uno que lo iguala, y éste es su tío Labán, quien lo hace caer en una treta, para que se case con su hija mayor, Lea, primero, sabiendo que Jacob también tomará a Raquel, de la cual se había enamorado al comienzo cuando la conoció junto al pozo. Pasa veinte años en el exilio. Por último, con grandes posesiones y una numerosa familia, vuelve su rostro hacia su antiguo hogar. En la medida que se acerca a los límites orientales de Canaán, se da cuenta de que Esaú está en marcha con cuatrocientos hombres para recibirlo. Una vez más el espectro de sus propios pecados, y de la venganza de su hermano, se levanta ante él. Su alma se retuerce con sentimientos de indignidad y de debilidad. Envía un presente tras otro para aplacar a Esaú. La familia pasa el río Jaboc. Jacob se queda solo en Peniel. Luego lucha toda la noche con un mensajero misterioso de Jehová. Por fin la oscuridad desaparece; el día amanece; el Jacob obstinado se rinde; entonces se gana la codiciada bendición, y Jacob el suplantador es convertido en Israel.

2. Israel el príncipe.
De aquí en adelante, Jacob es un hombre nuevo. Los hermanos se encuentran y se separan en paz. Mucho tiempo después, se juntan en el entierro de su padre. Cuando Dios le hace el llamamiento, Israel va en un peregrinaje a Betel. Su amada Raquel muere cuando da a luz a Benjamín, cerca de Belén. Sus hijos le irritan el alma por causa de la violencia de ellos. Pierde a José, el hijo amado de su amada Raquel, por veinte años. Benjamín es pedido por el gobernante extranjero de Egipto. Pero en medio de toda esta oscuridad Israel no se suelta de la mano de Jehová. Por todo lado, durante este período, él construye su altar e invoca al Dios del pacto de
Abraham e Isaac. El exilio y la adversidad y la esperanza del pacto obran en su carácter. Jacob se ha convertido en Israel, e Israel madura hasta tener una edad, en la que se le sazona y se le embellece. Las nubes por fin se rompen. José y Benjamín le son devueltos. El sol de su vida se pone cuando está en Egipto, y sus huesos descansan con los de su padre en la tumba ancestral de Hebrón.

IV. LA HISTORIA DE JOSÉ
(Génesis 37.1—50.26)
Introducción: La relación de José con el pueblo hebreo difiere de la que tuvieron Abraham, Isaac y Jacob. Éstos son antepasados de la totalidad del pueblo del pacto; él sólo es uno de los doce hijos de Israel, entre los cuales la nación embrionaria
de Israel se ha expandido. La futura nación podrá llamarse Israel, pero no José. José no es la cabeza del pueblo del pacto, y Dios no se le aparece así como lo hizo a los patriarcas mayores para renovar el pacto. Aún así, él y sus hermanos pertenecen al período patriarcal, y son clasificados junto con los patriarcas (Hechos 7.8–9). La historia de José es de lo más conmovedora, y su carácter es el más rollizo, de entre todos los de la historia del Antiguo Testamento. Reúne algunos de los mejores rasgos de los patriarcas mayores: la fortaleza y determinación de Abraham, la paciencia y la bondad de Isaac, la ternura y afecto de Jacob, la fe de todos ellos. Su vida se puede dividir en dos capítulos: 1) Su juventud en Canaán; 2) su edad adulta en Egipto.

1. Su juventud en Canaán.
Los incidentes de este período son moldeados por dos hechos:
a. El favoritismo de su padre. —
Fue un hijo que le nació a su padre cuando éste era anciano, el primogénito de Raquel, su primer amor, a quien consideraba su verdadera esposa. Otra causa más fue, sin duda, el carácter amable del propio José. El cariño de Jacob se mostró de varias maneras; fue notorio en una túnica de muchos colores (o de mangas largas), tal como las que vestían los príncipes —un señal, tal vez de que su intención era transferirle la primogenitura a José. El efecto pronto apareció en forma de celos por parte de los hermanos mayores. El que esto no echara a perder al mismo José, es prueba de su peculiar fortaleza natural, ya que la sobreindulgencia arruina más caracteres que la privación. Es de dudar que aún José hubiese desarrollado la robusta hombría que después demostró, si se hubiese quedado en la enervante atmósfera de la tienda de su padre.
b. El odio de sus hermanos. — Éste se intensificó por dos sueños que tuvo José. En uno de estos, los manojos de ellos se inclinan al de él; en el segundo, el sol, la luna, y once estrellas le rinden pleitesía a él —lo cual es otra evidencia para ellos, de que él está anticipando obtener la primogenitura. La envidia da a luz el odio; el odio es homicidio en estado germinal. La oportunidad de ellos viene, cuando Jacob envía a José de su hogar tribal en Hebrón, adonde están sus hermanos pastores, los cuales están con sus rebaños en la vecindad de Siquem. “He aquí viene el soñador. Ahora pues, venid, y matémosle y echémosle en una cisterna, y diremos: Alguna mala bestia lo devoró; y veremos qué será de sus sueños”.4Rubén, con el fin de ganar tiempo y poder devolverlo a su padre, propone ponerlo en una cisterna. Ante la ausencia de Rubén, con la sugerencia de Judá, José es vendido a una caravana que iba en ruta hacia Egipto. La odiada túnica, teñida con la sangre de un cabrito, lleva al cariñoso padre a creer que José ha caído como presa de las bestias salvajes. Cae el telón de una escena de crimen y angustia familiar.

2. Su edad adulta en Egipto. a. Su vida como esclavo. —
Como esclavo de Potifar, capitán de la guardia de Faraón, su habilidad y fidelidad pronto lo llevan hasta la cabeza del amo de su casa. Su misma virtud amenaza con arruinarlo. Acusado falsamente por la esposa de Potifar, es echado a la prisión.
b. Su vida como prisionero. —
José no es el tipo de hombre que se sienta a desesperarse. Como era valiente y útil, aun cuando estaba detrás de los barrotes de la prisión, se yergue nuevamente hasta un nivel de confianza. Después de interpretar los sueños de dos prisioneros que lo acompañan, es llamado a interpretar los sueños del Faraón. Esto se convierte en un trampolín para casi alcanzar poder real en el más orgulloso reino de la tierra.
c. Su vida como cortesano. —
Siendo virrey de Egipto, durante los siete años de abundancia, José almacena grano para los siete años de escasez que habían sido anunciados por los sueños de Faraón.
Los años de abundancia pasan, los años de escasez llegan y con ellos también llegan los hermanos de José, buscando grano. Ahora es su oportunidad.
Los manda a apresar acusándolos de espías. Retiene a Simeón como rehén, libera al resto, pero se rehusa a verlos, a menos que traigan a Benjamín. El viejo Patriarca se rehusa al comienzo a separarse de Benjamín; pero el hambre es un duro amo, y al fin consiente en la oferta que le hace Judá, de responder por el muchacho. En su segunda visita, José pone su copa en la bolsa de Benjamín y acusa a sus hermanos de robo. Entonces, cuando la conciencia es despertada, cuando están a punto de asociar sus calamidades con el crimen que habían cometido, cuando, por fin, Judá se ofrece noblemente como esclavo en lugar de Benjamín, José se da a conocer, y liberalmente les perdona su crimen. Jacob es traído, y el período se cierra con el pueblo del pacto mudado a Egipto. Pero, aunque José muere y es enterrado en Egipto, su encomienda al morir (Génesis 50.24–25) muestra cuán firme es su fe en las promesas del pacto, y en el futuro de su pueblo. El carácter de José es de singular integridad. Fue puesto a toda clase de pruebas que podrían concebirse: el favoritismo de su padre, la envidia y flagrante daño que le causaron sus hermanos, las insinuaciones de una mujer inmunda, cargando con virtud la pena por el vicio, la repentina elevación a un nivel de honor y poder, la oportunidad de vengarse por todo lo malo acontecido éstas fueron las cruciales experiencias de su vida. Ningún hombre fue tan probado como éste; ningún otro fue tan victorioso. Él es el ejemplo más espléndido de la historia del perdón humano; mientras que Abraham no fue tan uniformemente victorioso en su fe. ¿Por qué, entonces, es Abraham el que recibe la honra de ser “el padre de los que tienen fe”? Es claro que esto fue porque él fue “el Cristóbal Colón del viaje de la fe”. Abraham se adentró a mares desconocidos, en una tierra desconocida. José hizo su viaje a la luz de todo lo que Abraham, Isaac y Jacob, fueron e hicieron.

V. EL LIBRO DE JOB
A esta era pertenece el libro de Job. No es que fuera escrito tan temprano muchos siglos atrás; sin
embargo, los eventos, las escenas, el ropaje, la pauta, todos son patriarcales. Job es un poderoso jefe oriental a quien Dios le permite que Satanás lo despoje de sus posesiones y de sus hijos, y lo aflija con una abominable enfermedad. Tres amigos vienen a consolarlo. El cuerpo del libro consiste de un gran debate poético entre Job, sus tres amigos: Elifaz, Bildad y Zofar, un espectador llamado Eliú, y Jehová. Job conserva su integridad, y es restaurado al doble de su anterior prosperidad. El libro es probablemente un poquito de historia patriarcal idealizada. Tiene una base histórica, y está elaborado y adornado poéticamente. La dramática sucesión y relación de eventos, demasiado elaborada y poética para ser discurso extemporáneo, contribuyen a sostener este punto de vista. El tema de debate es el problema del mal la relación entre la calamidad y el carácter; el propósito, enseñar a los hombres a tener confianza donde no pueden ver.

NOTA: ALGUNAS CARACTERÍSTICAS
DE LA ERA PATRIARCAL

1. Era nómada.— Abraham, Isaac y Jacob fueron fundadores, no de ciudades, tal como lo fueron Menes, Nimrod y Asur, sino de una raza y de una fe. Ellos vivieron en tiendas. Ellos se mudaban de un lugar a otro. Sin embargo, no fueron unos andariegos sin sentido, ni ingobernables; eran peregrinos, migrando por el llamamiento de Dios, inspirados por un propósito sublime y de largo alcance.
2. Era patriarcal.— El padre era a) El gobernante de la familia. Tenía el poder de la vida y de la muerte. (Vea Génesis 22.10; 28.24). b) Jefe militar. Abraham encabezó una expedición en contra de los mesopotámicos. c) El sacerdote de la familia. Construye el altar y ofrece el sacrificio por la familia. d) El profeta de la familia. Es a él y por medio de él, que Dios da a conocer su voluntad y sus propósitos.

3. Concepciones de Dios.— Los patriarcas se aferraron firmemente a a) La unidad de Dios. No hay trazas del politeísmo que prevalecía. b) La personalidad de Dios. No hay ni pizca de panteísmo, ni de adoración de la naturaleza, la cual abundaba tanto en Egipto. c) La universalidad de Dios. Él es el Dios de toda la tierra (Génesis 18.25); el Dios de Faraón como también de Abraham y de Israel; él gobierna sobre el Nilo y el Eufrates, como también sobre el Jordán. d) La santidad de Dios. Dios jamás es desfigurado por los vicios de las deidades paganas. El juez de toda la tierra ha de hacer lo que es justo (Génesis 18.25).

4. Formas de adoración.— No había templos o fiestas establecidas; no había traza cierta de observancia del día de reposo, aunque la posterior ley de Moisés se remonta al hecho que Dios descansó después de la creación el día sétimo, y hay trazas de que el tiempo se dividiera en semanas (Génesis 8.10–12). Había altares toscos, sacrificios de animales, memoriales de consagración, votos, peregrinajes, oraciones, diezmos y el rito de la circuncisión.
5. Grado de civilización. — Aunque los patriarcas eran nómadas, no eran bárbaros. Llegaron a tener contacto con la más alta civilización de la época, en Caldea y Egipto. Eran pastores, sin embargo, practicaban la agricultura. Tenían dinero y joyas; Judá tenía un anillo que le servía de sello, y José una vestidura propia de un príncipe; y es muy probable que estuvieran familiarizados con el arte de la escritura que había florecido, tanto en el valle del Nilo, como del Eufrates.
6. Significado del pacto. — El pacto Abrahámico es la clave para comprender el período patriarcal y toda la historia hebrea. No hay duda de que la historia es intensamente humana. Todos los motivos naturales desempeñan su papel en las migraciones y en la vida familiar y nacional. Pero el hecho y el poder creativos los constituye el pacto.
Éste fue el que hizo a los hebreos distintos en el mundo. Los llevó a buscar continuamente una tierra, una nación, y una “simiente”, la cual habría de bendecir a todas las naciones. Esta promesa fue hecha originalmente a Abraham en Caldea; le fue confirmada a éste en Canaán, unas cinco o seis veces; les fue renovada expresamente a Isaac y repetidamente a Jacob. José basó su encomienda al morir, en ella; mientras que varios siglos después le fue renovada a Moisés junto a la zarza ardiente, y le fue expandida en Sinaí para convertirse en un pacto nacional. No hay forma de medir el poder creativo de una fe y esperanza tales, en el carácter de un hombre o de un pueblo. ¦

El tabernáculo

En el lugar santísimo (4.6 m) estaba el arca del pacto, la cual contenía dos tablas de piedra con los diez mandamientos inscritos, un tazón con maná, y la vara de Aarón que había reverdecido. La cubierta era un propiciatorio con dos querubines que lo adornaban. En el Lugar Santo (de unos 9.1 m por 4.6 m) estaban 1) el candelero de oro (o la lámpara); 2) la mesa para el pan de la proposición; y 3) el altar del incienso.
En el atrio externo (de unos 46.5 m por 9.1 m), estaban 1) el altar para las ofrendas quemadas (o el altar de bronce) y 2) la fuente de bronce.

MOISÉS
Los tres períodos de su vida

40 años como príncipe de Egipto

40 años como pastor en Madián

40 años como profeta que lleva a Israel por el desierto

No Response to "05-Período patriarcal, desde el 1921 al 1706 a.C."