domingo, 11 de enero de 2015

EL NACIMIENTO Y LA INFANCIA

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El nacimiento y la infancia 
Mateo 1—2; Lucas 1—2


1. La serie de visiones. La historia del evangelio comienza con una serie de cuatro visiones.
a. La visión de Zacarías.— Zacarías era un sacerdote anciano que había vivido de forma irreprensible. Cuando estaba cumpliendo sus deberes en el templo, el ángel Gabriel, el cual le había revelado a Daniel (Daniel 9.21–23) la venida del Mesías, se le apareció, y le anunció que sus oraciones debían ser respondidas con el nacimiento de un hijo a su esposa Elisabet. Como señal y sello de la promesa, él debía quedar mudo hasta que la misma se cumpliera. b. Visión de María.— Elisabet tenía una prima, María, del linaje de David. Ésta no estaba casada, aunque ya desposada con un hombre llamado José. A ella le fue enviado el mismo ángel con la buena nueva de que ella también, daría a luz un hijo: el cual, al ser progenie del Espíritu Santo, había de ser llamado Hijo de Dios, y sería el Salvador de los hombres. Abrumada con gozo, hizo un viaje desde su casa en Nazaret, Galilea, hasta la montañosa Judá, para visitar a su prima. c. Visión de José. — A su regreso a Nazaret, el gozo de María fue ensombrecido de tristeza. Entre los judíos, el desposamiento era tan sagrado como el matrimonio; y la aparente violación del vínculo que hiciera María, la exponía a una muerte desgraciada. Pero una tercera visión iluminó a José con el sublime valor de los eventos, y le añadió al hijo prometido, el nombre de Emanuel —Dios con nosotros (cf. Mateo 1.23; Isaías 7.14). 

2. El pesebre de Belén. En el momento apropiado, ambas promesas se cumplieron. Conforme a la dirección divina, el hijo de Zacarías y Elisabet fue llamado Juan. Unos pocos meses después María dio a luz a su primogénito, y en armonía con la visión, lo llamó Jesús —Salvador. He aquí, así como en muchas otras maneras, los planes humanos entrelazados con el propósito divino. El Mesías había de nacer en Belén (Miqueas 5.2). El hogar de María estaba en la distante Nazaret. Un edicto de empadronamiento de Augusto César envió a José y a María a su nativa aldea de Belén. Así como con la madre de Martín Lutero, los misterios de los dolores de parto sorprendieron a María lejos de casa. La posada estaba abarrotada, y la humilde pareja halló el cobijo que pudieron en un establo. Allí, mientras Augusto se ocupaba en losplanes del vasto imperio, y Herodes conspiraba nuevas villanías, y en el gran mundo todos estaban inmersos en sus propios gustos, todos ignoraban el trascendental evento, el Hombre Divino había nacido.

3. La visión de los pastores. La tierra ignoraba la venida de su rey; pero el cielo no podía guardar silencio. Los ángeles trajeron las buenas nuevas, y cantaron su cántico que decía “en la tierra paz”,1 no a reyes y cortes, no a orgullosos sacerdotes, ni a pomposos fariseos, sino a humildes pastores, los cuales emprendieron camino hacia aquella humilde cuna, y fueron los primeros de toda la tierra en brindarle honras al redentor del mundo. Fueron los precursores y representantes de la gente común, los cuales le oyeron “de buena gana”,2 y los cuales constituyeron el grueso de sus discípulos.

4. El grupo del templo. La circuncisión y la puesta de su nombre ocurrieron, conforme a la costumbre judía, al octavo día. Al cabo de cuarenta días,María apareció en Jerusalén, la cual estaba a seis millas de distancia, para hacer las ofrendas requeridas en tales casos (Levítico 12). “El Señor del templo apareció en el templo del Señor”. La evidente pobreza de ellos (cf. Lucas 2.24; Levítico 12.8) era tal, que no atraerían
la mínima atención del escriba y del fariseo de aquella espléndida corte. Pero aun allí, así como en las colinas de Belén, había almas devotas que estaban abiertas a intuiciones divinas y se emocionaban con el gozoso reconocimiento del Mesías por el cual tanto tiempo habían esperado. 1 Lucas 2.14.2 Marcos 12.37.Dos de estas almas, los ancianos Simeón y Ana, son mencionadas. Son los representantes del espíritu profético que había ennoblecido a la nación hebrea, y fueron los primeros en proclamar en público a Jesús como el Mesías.
5. La visita de los magos. Pero los pastores y los espíritus proféticos de Israel no son los únicos que se reúnen alrededor de la cuna del Bebé de Belén. Almas llenas de talento, que se encontraban a una gran distancia, se emocionaron con la revelación. El mundo pagano estaba representado en el círculo que le rindió homenajes al Cristo. “Vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle”.3 Las tradiciones acerca del nombre y la nacionalidad de éstos, las especulaciones acerca de la naturaleza de la estrella y de la medida del conocimiento de ellos, son todas inútiles. Pero sirven como representantes de los vagos anhelos y la esperanza de un vasto mundo pagano que está allí, y de una profecía del tiempo, cuando todo el paganismo habrá de unirse en amorosa adoración a nuestro rey. 3 Mateo 2.1–2.
6. El edicto de Herodes y el viaje a Egipto. Herodes se estaba hundiendo rápidamente en dolorosa enfermedad. Tenía toda la razón de estar incómodo, pues su trono descansaba en las víctimas de sus celos llenos de odio. La traición oculta se había esparcido por todo su reino. En tal momento, para tal hombre, la búsqueda de los magos era como una daga clavada en él. Pero ocultando el terror y los propósitos homicidas, le pidió a los magos que le trajeran noticias, cuando hubieran encontrado al Niño. Éstos, obedeciendo a la sugerencia divina, regresaron a casa por otro camino. Herodes se ensañó salvajemente con los inocentes de Belén y sus vecindades. Pero nada funcionó en contra de aquella Vida, sino hasta que éste estuvo preparado para rendirla en sacrificio voluntario por el pecado. “Clavó su espada dentro del nido, pero el pájaro había volado”. José, siempre atento a la dirección divina, había escapado a Egipto, lejos de la jurisdicción de Herodes, pero siempre dentro del círculo de una gran población judía. Herodes murió poco después de esto. Pero José temía a Arquelao, el cual había sucedido en el trono a Herodes, su padre, y había seguido con la misma política de éste en Judea. Fue por ello que regresó a su hogar en Nazaret. 

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