miércoles, 3 de junio de 2009

LA BENDICIÓN DEL CANTO

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LA BENDICIÓN DEL CANTO
Como manifestación artística debe haber algo válido en el canto. Después de todo, ha resistido la prueba del tiempo. Los cantos, como medio de tener comunión con Dios, se hallan en todas las páginas de las Escrituras. «En ochenta y cinco lugares de la Biblia se nos exhorta a cantar alabanzas al Señor»


Claramente, el canto crea un ambiente en el cual Dios se deleita. El puede obrar en nosotros mientras cantamos, corrigiendo faltas, revelando cuestiones que necesitan perdón, ministrando confianza, derramando aceite, forjando nuevo sueños, renovando la visión. Cornwall escribió: «De modo que a veces, durante el tiempo de alabanza, cuando calentamos nuestros espíritus en adoración y tenemos el toque de la presencia de Dios alrededor nuestro, que los pensamientos, deseos y actitudes sublimes afloran a la superficie». ¡Qué maravillosa terapia es sentir el cálido baño del Espíritu, limpiando la suciedad de nuestras vidas, mientras cantamos alabanzas y adoramos en su presencia!
Estrechamente relacionados con las bendiciones del canto están los beneficios. El canto ministra a las personas. A los nuevos creyentes se les da vocabulario maravilloso para que expresen sus alabanzas. Los más veteranos constantemente reciben estímulo mediante la adición de nuevos cantos, añadiendo variedad a su adoración.
Cantar himnos enseña doctrina. Entonar cantos de adoración enseña las Escrituras. Entonar cánticos evangelísticos fortalece el testimonio de los creyentes.
Un canto, inspirado por el Espíritu Santo, puede guiar al creyente a atravesar tanto el estrés como la tormenta. A veces puedo recordar que en mis días de estudiante conducía dirigiéndome a clases escuchando un canto evangélico y enriquecedor, mientras iba al plantel para dar un recital o rendir un examen. Tal vez me había quedado estudiando hasta altas horas y estaba fatigado, o quizás nervioso respecto a la presentación que se avecinaba; y entonces, mientras la música tocaba, la mano de Dios parecía tocarme el hombro, y sentía paz. La fatiga se desvanecía; el temor se esfumaba. La realidad de «la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento» (Flp 4.7) enmarcaba, de nuevo, mi mente. Estaba preparado para el reto del día.
La sombra de sus alas fortalece. Lea Salmos 63.6–8 y 32.7.
Así como el estudiante se gradúa de aprendiz para toda la vida, los creyentes podemos graduarnos en la categoría de llegar a ser adoradores por toda la vida. ¡Fijemos eso como objetivo!
Cualquiera que se compromete a una búsqueda de Dios para toda su vida, por la vía de la adoración, es un discípulo en el sentido clásico de la Palabra; un adorador que continuará en la Palabra, con la intención de hacer lo que ella dice.
Esta clase de discípulo adorador conectará la sinceridad con la continuidad, para tomar con firmeza la iniciativa. No se dejará persuadir por la emoción, los trucos, o el encanto, sino que siempre estará regidos por el amor de Cristo «que no me dejará escapar». Pueden adorar cuando llueve, cuando el piano está desafinado, o cuando están alicaídos.
Como verá, están decididos, con celo, a seguir a Cristo a pesar de las circunstancias. Crecen al punto de dar prioridad a Cristo en su vida, como observa el editor Kent R. Wilson: «La adoración no es simplemente un culto al cual asisto. Es una vida en sí misma vivida delante de Dios».
La adoración mejora la vida.
Claramente, la adoración es un hábito piadoso, que no sólo glorifica a Dios de una manera digna, sino que también nutre un futuro mejor. Pese a la crisis, el adorador tiene alivio. Pese a la tormenta, el adorador tiene una balsa. Pese al desencanto, el adorador tiene un redentor.
Es más, la adoración como estilo de vida, tanto semanalmente en el acto como diariamente en el proceso, permite al creyente tener comunión «isométrica» con el Señor. Flexionamos; relajamos. Ese flujo continuo nos permite hablar con Dios tanto como escucharlo y obedecerlo.
En resumen, la adoración nos permite canjear el estrés por el gozo, la ansiedad por el contentamiento, y el dolor de la derrota por la promesa de la victoria final.

CÁNTICOS FAMOSOS DE LA BIBLIA
Lugar
Propósito de la canción

Éxodo 15.1–21
El cántico de Moisés de victoria y alabanza después que Dios sacó a Israel de Egipto y los salvó al abrir el Mar Rojo; María se unió también al canto

Números 21.17
El cántico de Israel de alabanza a Dios por darles agua en el desierto

Deuteronomio 32.1–43
El cántico de Moisés de la historia de Israel con agradecimiento y alabanza cuando los hebreos estaban a punto de entrar en la tierra prometida

Jueces 5.2–31
El cántico de Débora y Barac de alabanza y agradecimiento a Dios por la victoria de Israel sobre el ejército del rey Jabín en el monte Tabor

2 Samuel 22.2–51
El cántico de David de agradecimiento y alabanza a Dios por rescatarlo de Saúl y de sus otros enemigos

Cantar de los cantares
El cántico de Salomón de amor que celebraba la unión del esposo y la esposa

Isaías 26.1
El cántico profético de Isaías acerca de cómo cantarían los redimidos en la nueva Jerusalén

Esdras 3.11
El cántico de Israel de alabanza al acabar la construcción de los cimientos del templo

Lucas 1.46–55
El cántico de María de alabanza a Dios por la concepción de Jesús

Lucas 1.68–79
El cántico de Zacarías de alabanza por la promesa de un hijo

Hechos 16.25
Pablo y Silas cantan himnos en la cárcel

Apocalipsis 5.9, 10
El «nuevo cántico» de los veinticuatro ancianos que clamaban que Cristo era digno de tomar el libro y de abrir sus sellos

Apocalipsis 14.3
El cántico de los 144,000 redimidos de la tierra

Apocalipsis 15.3, 4
La canción de todos los redimidos en alabanza al Cordero que los redimió

Cuando alguien le da un regalo, ¿diría usted: «¡Qué lindo es!, ¿cuánto le debo?» No, la respuesta apropiada es: «Gracias». Con cuánta frecuencia los cristianos, aun después de habérseles dado la salvación, se sienten obligados a hacer algo para llegar hasta Dios. Debido a que nuestra salvación e incluso nuestra fe son regalos, debiéramos responder con gratitud, alabanza y regocijo.
Desde la creación, Dios nos ha dado trabajo para hacer. Si pudiéramos considerar nuestro trabajo como un acto de alabanza o servicio a Dios, entonces eliminaríamos la sensación de aburrimiento y abulia que a veces sentimos en nuestra rutina diaria. Si pudiéramos tratar nuestros problemas laborales como el costo del discipulado, podríamos trabajar sin queja ni resentimiento.
Como estos cristianos judíos, debido a su testimonio en favor del Mesías, no pudieron seguir adorando con otros judíos, debían considerar la alabanza y los actos de servicio como sus sacrificios; los que podían ofrecer en todo lugar, en todo tiempo. Eso debiera recordarles las palabras del profeta Oseas: «Quita toda inmundicia y acepta el bien, y te ofreceremos la ofrenda de nuestros labios» (Oseas 14.2). Un «sacrificio de alabanza» hoy podría incluir: gratitud a Cristo por su sacrificio en la cruz y el decírselo a otros. Agradan a Dios sobre todo los actos de bondad y de ayuda mutua, aun cuando pasen inadvertidos para los demás.
La alabanza es la respuesta sincera a Dios ofrecida por quienes lo aman. Cuanto más lo conozca usted y tome en cuenta lo que ha hecho, tanto mayor será su alabanza. La alabanza es el corazón de la adoración verdadera. Deje que su alabanza a Dios fluya de su reconocimiento de quién es Él y de lo mucho que lo ama.
Por último, el gran coro del cielo una vez más alaba a Dios. Ha llegado la boda del Cordero (19.6–8). Véase Mateo 25.1–13, donde Cristo compara la venida de su reino con una boda para la que debemos estar preparados.
LA PAZ DE DIOS A TODOS.



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