viernes, 28 de febrero de 2025
La Defensa Histórica de la Fe Cristiana
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“Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos.” (Judas 1:3)
En el primer versículo de esta Epístola, leemos cómo el Apóstol Judas se presenta como siervo de Jesucristo, y desde esa gracia y ese deber, escribe a la iglesia cristiana universal, a quienes se refiere como: “los llamados, santificados en Dios Padre, y guardados en Jesucristo”, a fin de exhortar para que contiendan por la fe que ha sido una vez dada a los santos.
Vemos que el Apóstol expresa su confianza en Dios con respecto a que los llamados son “guardados en Jesucristo”; por lo que su exhorto a la iglesia no procede de inseguridad o de alarma de pánico, sino de plena confianza en Dios.
Por esta confianza, tampoco fue la intención del Apóstol ser un héroe, como tampoco debe ser el interés de ningún cristiano; pues la victoria de la iglesia depende completamente de Cristo; mientras que a nosotros el Señor nos llama a ser siervos fieles (Mt. 25:14.30).
Así, la confianza del Apóstol Judas en su Señor, le lleva a la diligencia, consciente que él mismo tiene una función que cumplir y una responsabilidad en ese cuidado del Señor Jesucristo para con su iglesia.
Cuando los judíos estaban en peligro de ser destruidos, Mardoqueo le dijo a Ester que si ella callaba ante el rey Asuero, liberación y respiro vendría de otra parte para los judíos, pero ella perecería. Así que, apoyada en esta confianza en Dios sobre la liberación de su pueblo, fue que Ester actuó con diligencia para ser fiel ante su Dios, y Dios la bendijo a ella y dio salvación a su pueblo.
Así también creemos que la iglesia es indestructible de acuerdo a lo que el Señor Jesús dijo: “…sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mateo 16:18). Pero tal confianza, nos debe conducir a la diligencia, al cuidado de la fe, y a las obras que son fruto del amor de Dios.
La “gran solicitud” del Apóstol no es un sentir exclusivo u ocasional, pues es puesta por el Espíritu Santo en los otros apóstoles, como Pablo, Pedro, Juan, Santiago, el escritor de la Epístola a los Hebreos; y entendemos que, por el mismo Espíritu, sigue siendo puesta en los corazones de todos aquellos que en distintos lugares sirven al Señor Jesucristo en la iglesia.
Por lo tanto, no debemos pensar que la defensa de la fe de la iglesia procede de sentimientos de soberbia ante otras doctrinas, si pensamos eso, y llamamos fariseísmo o locura a todo cuidado de la fe, estaríamos ignorando el cuidado que el Espíritu Santo ha tenido de la iglesia a través de los años, y por lo tanto, podríamos estar muy próximos a una exposición peligrosa del desvío de nuestra fe.
Debemos conocer y aceptar que el cuidado de la fe de la iglesia procede de Dios, se manifiesta y ordena en Su Palabra, y es un sentimiento que está vivo en el corazón de los que sirven a Dios desde los tiempos de la iglesia primitiva y hasta que estemos con Cristo.
Sabemos que la iglesia como un todo, como el cuerpo de Cristo, no perecerá, pues tiene la victoria de Cristo. Pero también sabemos que “algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores” (1ª Tim 4:1), y es necesario que todos en la iglesia reciban el exhorto que el Espíritu Santo da a su pueblo por medio de su Palabra.
De este modo, el oyente salvará su alma si oye el exhorto de la Palabra de Dios y actúa en consecuencia; y el ministro, como el atalaya Ezequiel, habrá librado su alma si advierte diligentemente, cumpliendo con esta parte de su ministerio.
En el cumplimiento de su ministerio en cuanto a la defensa de la fe, vemos al Apóstol Pablo instruyendo al joven Timoteo para que predique la Palabra, porque vendrían tiempos peligrosos; y lo volvemos a ver en su despedida en Mileto, en donde les protesta que es “libre de la sangre de todos”, pues les ha dado todo el consejo de Dios; pero entonces vuelve a hacer su último exhorto a los hermanos, quienes se despiden del Apóstol con gran llanto, diciéndoles: “Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño.” (Hechos 20:29)
Esta “gran solicitud” la vemos también en el Apóstol Juan, cuando se regocija en el Señor al hallar que los hijos de la “señora elegida” andan en la verdad, pero entonces instruye: “Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no le recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido!” (2ª Juan 1:10)
Pero ahora, en esta epístola, el Apóstol Judas descubre la estrategia camuflada del ataque a la fe de los hermanos: “Porque algunos hombres han entrado encubiertamente” (vs. 4). Recordemos que la serpiente primero engañó a Eva, y se acercó a Adán mediante Eva para que éste muriera.
En un inicio Eva gozaba de toda la confianza de Adán, y también gozó de las bendiciones de Dios, y aún compartió la enseñanza y la Palabra de Dios con respecto a lo que debían y no debían hacer, pero siendo seducida, arrastró a Adán.
La misma estrategia de ataque se presentó en la iglesia en los tiempos del Apóstol Judas. La serpiente se había acercado a los hijos de Dios, a través de algunos hombres que, siendo primeramente ellos engañados, habían entrado encubiertamente para entregar un fruto que causaría el desvío de la fe y de la obediencia a la Palabra de Dios.
Esta simulación es tal, que cuando el Apóstol Pablo se despide de la iglesia en Mileto, les dice: “Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos.” (Hechos 20:30)
Amados hermanos, no debemos creer que estamos exentos de estos ataques, ¿o diríamos que fue irrelevante el ataque en el Edén? Por supuesto que no, como tampoco fue irrelevante el ataque en los tiempos del Apóstol Judas, ni es irrelevante en nuestros días.
Así como el evangelismo ha movido nuestros corazones para la salvación de las almas, consideremos que el cuidado de la fe tiene el mismo objetivo, que perseveremos en la doctrina de Cristo, y que seamos salvos y herederos de las promesas de Dios en Cristo Jesús.
Oremos para que el Espíritu Santo nos conceda discernir y advertir de manera fiel y diligente, con toda paciencia y doctrina, con toda confianza en la victoria de Cristo, y en cumplimiento del ministerio que por Gracia hemos recibido del Señor.
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