Los niños juegan a imitar la vida de los adultos: aprenden
nuestras costumbres, acogen nuestras virtudes y defectos, reproducen
nuestra manera de relacionarnos con los otros. Si observamos bien esas
diminutas escenificaciones de nuestra vida cotidiana, descubriremos
probablemente más sobre nosotros mismos que en cualquier sesión de
psicoanálisis. Los niños son nuestro mejor espejo.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia
(Unicef), conoce bien el infierno en el que viven millones de pequeños en el
mundo. Y no solo en las guerras civiles como hoy en Siria o siempre en algún
país de África , o en las calles azarosas donde reinan las pandillas y las
drogas, o en las fábricas que los contratan como mano de obra barata. Tras las
puertas de hogares en apariencia tranquilos, también sufren los efectos de la
violencia.
El niño de este
video, producido en Chile por la publicitaria Ogilvy & Mather, juega a
disfrazarse, a desaparecer. Pero no se disfraza para imaginarse uno de sus
superhéroes preferidos. Cuando escucha los pasos de un hombre que podría ser su
padre, el terror muda su rostro y se esconde en un mueble de cartón, a salvo.
Según datos de
Unicef, la violencia física, sexual o mental corroe la vida de más de 250
millones de niños en el mundo. Estas agresiones en el hogar marcan para siempre
su existencia. Las víctimas de hoy tienen mayores probabilidades de caer mañana
en el abismo de las drogas o la delincuencia, o simplemente reproducir en sus
futuras familias el infierno de su infancia.
No importa el país,
el estatus social, la religión… Los niños "invisibles" nos rodean
como una pandemia silenciosa. La cura dependerá de nuestro compromiso personal
para desterrar ese virus atroz de nuestras familias.
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